martes, 12 de noviembre de 2013

Mostrando mostrocidades...



Siempre estuvo ahí, jugueteaba por las noches en el armario de mi habitación. Ahí estaba, esperando que alguna mañana lo mirase y le hiciese alguna mordisqueta.  Quizás añoraba entrañablemente que me asustara apenas lo viese ahí. Que corriese por toda la casa gritando como loco: ¡hay un monstruo en el armario, hay un monstruo en el armario!.  Pero no, nunca he creído que existan los monstruos y mucho menos resguardados dentro de un armario.  

Amorfo, peludo, amarillo.  Nunca supe en verdad si tenía uno o seis brazos, o si acaso ese enorme ojo eran mil en total. Cuando hacia frio sentía como suspiraba, titiritaba incesantemente, daba tristeza.  En esas noches se acostaba conmigo.  Recuerdo que la puerta del armario se abría y de ella salía una bolita peluda que brincaba hasta mi cama.  Su respirar era agitado, como si tuviese un pulmón muy pequeño, después ese respirar menguaba hasta quedar en silencio, dormidito.  Yo lo cobijaba con mi manta, la misma mantica de Mickey Mouse que me regaló mamá el día de mi cumpleaños.  Esas noches dormíamos apaciblemente. Al otro día mi amiguito ya no estaba en mi lecho de los sueños.  En la madrugada se devolvía para el armario, su rinconcito.   

No sé cómo llegó a mi armario, no sé si era de otro planeta o era una especie de monstruo en vía de extinción.  Solo llegó ahí.  Nunca le conté a mis padres lo del monstruo, mucho menos a  mi  hermanita Sofía.  Además ese tipo de secretos no se le puede ir contando a todo el mundo, podía ser peligroso para el monstruo y hasta para mí, porque el monstrico se podía ir en contra mía y en una noche cualquiera comerme de un solo bocado.  Mi monstruo no tenía boca, nunca se la vi.  No sé de que se alimentaba, alguna vez tuve la teoría de que se alimentaba de mis pensamientos, de mí, y esa hipótesis la saqué desde esa terrible depresión que casi me mata, me acuerdo que mi amiguito del armario también se hallaba escuálido, triste, depresivo.   Mmmm si, en últimas se alimentaba de mi, era una especie de vampiro pero sin sangre en sus entrañas.  



Una mañana cualquiera fui a sacar mis zapatos de mi primera comunión y no lo vi, no, no estaba.  Lo busqué por todas partes, por cada rincón del mundo.  No hubo centímetro de este vasto planeta en donde no haya buscado su rastro.  Recuerdo que llené mi bolso de frutas, dulces y un botellón con jugo de maracuyá y les dije a mis padres que me iba en mi carro de rodillos a recorrer el mundo.  Mis papás me echaron la bendición y me dijeron que me portara bien en cada país al que fuera a ir.  Me marché con la esperanza de encontrarlo en alguna parte pero nunca, nunca más, le volví a ver.  Tal vez se fue para el armario de otro niño, quizás se aburrió por lo estrecho que es ese armario de mi habitación.  Pues me lo hubiera dicho y yo le hubiese hecho una casita solo para él.  ¿Saben? Lo extraño, aunque cada noche siento murmullos en el armario y ello me reconforta, otras veces, cuando estoy triste, siento suspiritos y lloriqueos en ese armario, en ese rincón.

 Y Sí, ¡Sí! Era eso, creo que él era una especie de vampiro y no-de-monstruo, siempre dije que no creía en los monstruos en el armario…pero en mi caso: ese era mi armario y ese era mi monstruo.
(Espero te guste, aspiro que te encariñes con mi monstrico….estoy esperando el tuyo)

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