Siempre estuvo ahí, jugueteaba
por las noches en el armario de mi habitación. Ahí estaba, esperando que alguna
mañana lo mirase y le hiciese alguna mordisqueta. Quizás añoraba entrañablemente que me
asustara apenas lo viese ahí. Que corriese por toda la casa gritando como loco: ¡hay un monstruo en el armario, hay un
monstruo en el armario!. Pero no,
nunca he creído que existan los monstruos y mucho menos resguardados dentro de
un armario.
Amorfo, peludo, amarillo. Nunca supe en verdad si tenía uno o seis
brazos, o si acaso ese enorme ojo eran mil en total. Cuando hacia frio sentía
como suspiraba, titiritaba incesantemente, daba tristeza. En esas noches se acostaba conmigo. Recuerdo que la puerta del armario se abría y
de ella salía una bolita peluda que brincaba hasta mi cama. Su respirar era agitado, como si tuviese un
pulmón muy pequeño, después ese respirar menguaba hasta quedar en silencio,
dormidito. Yo lo cobijaba con mi manta,
la misma mantica de Mickey Mouse que me regaló mamá el día de mi cumpleaños. Esas noches dormíamos apaciblemente. Al otro
día mi amiguito ya no estaba en mi lecho de los sueños. En la madrugada se devolvía para el armario,
su rinconcito.
No sé cómo llegó a mi armario, no
sé si era de otro planeta o era una especie de monstruo en vía de
extinción. Solo llegó ahí. Nunca le conté a mis padres lo del monstruo,
mucho menos a mi hermanita Sofía. Además ese tipo de secretos no se le puede ir
contando a todo el mundo, podía ser peligroso para el monstruo y hasta para mí,
porque el monstrico se podía ir en contra mía y en una noche cualquiera comerme
de un solo bocado. Mi monstruo no tenía
boca, nunca se la vi. No sé de que se
alimentaba, alguna vez tuve la teoría de que se alimentaba de mis pensamientos,
de mí, y esa hipótesis la saqué desde esa terrible depresión que casi me mata,
me acuerdo que mi amiguito del armario también se hallaba escuálido, triste,
depresivo. Mmmm si, en últimas se
alimentaba de mi, era una especie de vampiro pero sin sangre en sus entrañas.
Una mañana cualquiera fui a sacar
mis zapatos de mi primera comunión y no lo vi, no, no estaba. Lo busqué por todas partes, por cada rincón
del mundo. No hubo centímetro de este
vasto planeta en donde no haya buscado su rastro. Recuerdo que llené mi bolso de frutas, dulces
y un botellón con jugo de maracuyá y les dije a mis padres que me iba en mi
carro de rodillos a recorrer el mundo.
Mis papás me echaron la bendición y me dijeron que me portara bien en
cada país al que fuera a ir. Me marché
con la esperanza de encontrarlo en alguna parte pero nunca, nunca más, le volví
a ver. Tal vez se fue para el armario de
otro niño, quizás se aburrió por lo estrecho que es ese armario de mi
habitación. Pues me lo hubiera dicho y
yo le hubiese hecho una casita solo para él.
¿Saben? Lo extraño, aunque cada noche siento murmullos en el armario y
ello me reconforta, otras veces, cuando estoy triste, siento suspiritos y
lloriqueos en ese armario, en ese rincón.
Y Sí, ¡Sí! Era eso, creo que él era una
especie de vampiro y no-de-monstruo, siempre dije que no creía en los monstruos
en el armario…pero en mi caso: ese era mi
armario y ese era mi monstruo.
(Espero te guste, aspiro que te
encariñes con mi monstrico….estoy esperando el tuyo)
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