(Una perspectiva entre lo sexual, lo tradicional, lo familiar, lo de acá, de allá y de otra parte)
La Medellín que fuimos, la Medellín que somos, la Medellín que nunca llegaremos a ser. La ciudad gris, dormida, despierta, frentera, solapada. Un ser vivo que ha sufrido y ha triunfado, un organismo donde transitan historias que le dan vida, la matan. Esa es la ciudad de Fernando Vallejo, esa ciudad desesperada por avanzar, esa ciudad que avanza desesperadamente y va olvidándose que toda historia debe tener un pasado que la sustente, un pasado material, una historia que se pueda ver. Aquí, en la ciudad de nadie, no hay espacio para la memoria, para el recuerdo, la semblanza… ¡No! La enorme mano invisible del progreso se ha ido robando espacios, edificaciones, lugares, costumbres, esencias, lo que deberíamos ser y no somos. Todo eso se lo lleva el progreso, el llamado desarrollo que muchas veces subdesarrolla. Sin embargo esta ciudad es la cloaca por excelencia, el lugar perfecto, el escenario ideal para vomitar pasiones.
Vaya efusividad con la que comienzo a hablar de este texto, vaya desconcierto genera en uno esta ciudad amnésica. En todo caso entraremos, una vez más, a las entrañas de este lugar que parece un ser vivo. Que come, respira, crece, defeca como cualquiera. La urbe es esa energía que fluye entre las calles, avenidas, centros comerciales, cantinas, griles, oficinas, casas de familia, de citas, de reposo….etc. En la ciudad conviven seres humanos con vidas diferentes que se entrelazan directa o indirectamente creando un vínculo involuntario con el otro, aunque el otro sigue siendo un extraño, algo, alguien de no fiar. Y nuestra raza si que desconfía de lo que no conoce bien, primero déjese ver y después hablamos. Y no son en vano las palabras de este hombre que proviene de Boston, un barrio cercano al centro de Medellín. Y el centro de Medellín no solo es el corazón de esta ciudad, el lugar que distribuye todo hacia todos lados, en el centro se resguarda lo más refinado de la ciudad y lo más marginal. El centro condensa la elegancia y porte de un ejecutivo con la ruana raída, la camisa rota, el pantalón cagado y los tennis rotos, totalmente rotos de un habitante de la calle.
Cae la tarde y la noche se apodera de la noche….
La noche se viste de sexo, de rumba, de aventuras, de muerte. La noche es otro de los escenarios recreados por Fernando Vallejo, y uno de estos escenarios es el bar donde se conjugan en gran medida muchas de las imágenes de esta obra, el traganíquel que canturrea al compas de la nostalgia y del amor, la habitación en donde se consuma todo el acto del amor, un acto que es testificado por un dios al que Vallejo no le teme. Un bolero rueda por este lado de la obra, por allí retumba un pasodoble y allá sigue el señor Vallejo contemplando su propia realidad mientras se raya, transcribe cada pagina de este fuego secreto que se enciende en cada palabra. La noche dentro de esta Medellín alberga muchas de las pasiones que durante el día se esconden tras un rostro, un vestido, una “vida decente”. Hombres y mujeres son participantes activos de esta ciudad en donde un poco, o demasiado, licor se condensan para salpicar de sangre, lágrimas, risas, o simplemente historias de esta otra ciudad que muchos desconocen o por lo menos no quieren reconocer.
Y es que la noche en Medellín, al igual que en otras partes del mundo, tiene su atractivo, su propia noche. Sentir que la noche hace parte de la adrenalina ya es un sentimiento netamente humano, sin embargo sentir la noche en todo el esplendor de una urbe en donde millares de personas, de caracteres, pensamientos o vidas, cohabitan y se entrelazan unos con otros ya es hablar de otra noche. Esta ciudad alberga en muchas de sus cuevas monstruos peligrosos a los que no podemos acercarnos, pero también encontraremos seres inofensivos llenos de miedo, de terror.
Pasar por sitios como la Avenida de Greiff, La primero de mayo, Cundinamarca, Bolívar, San Diego, La 30 por el sector de industriales, Barbacoas es encontrar la Medellín que siempre es nocturna. Que no duerme y no intenta hacerlo porque siempre debe estar despierta para aquellos a quienes el día les estorba o simplemente es un momento más entre las 24 horas que a diario somos. La noche es la constante cómplice de las fechorías de Vallejo, su hermano y el grupito de amigos que se encontraban en el bar o que hacían parte de las rumbas, las carnestolendas, la Sodoma y Gomorra –Aunque sea Bogotá la representación de estas ciudades bíblicas-.
Por las noches se escapan hacia ese otro mundo que se les prohíbe en la casa paterna pero que ellos buscan y en el que viven. Por eso abren una puerta secreta que conduzca al garaje de la casa, esa no es una puerta simplemente secreta esa puerta representa la noche, la puerta de acceso al sexo, el descontrol, la locura.
La ciudad como escenario…
Vallejo, escritor sin pelos en la lengua, sin tapujos ni contrariedades habla un poco de él, sin embargo su vida es Medellín. Este hombre ama la ciudad que le escupe, la ciudad que le enseñó los hombres que ha amado, le enseñó que hay un mundo injusto, un mundo donde el amor se viste de hipocresía, promesas ingratas, un mundo lleno de corrupción, de vicios, de corruptos encorbatados. Bien decía que entre la política no habían sino cerdos, marranos, puercos. Vaya juego de palabras nos entrega este otro ciudadano de la ciudad en donde la doble moral se perpetua en las familias. Pero esta ciudad no esta sucia del todo, de ella nos queda un memorable reguero de calles en donde los incendios, el desarrollo, el progreso, se han ido comiendo bares, edificios, lugares que antes hacían parte del panorama de esta otra ciudad, esta ciudad de ayer, de nunca.
Para Andrés Caicedo, el escritor Caleño que hablo de la Calí de los 60 y los 70, la ciudad es un espacio desesperanzador en donde las posibilidades de ser y crecer son prácticamente nulas. Acá, en la Medellín de los 70, los 80 y los 90 encontramos un Fernando Vallejo narrando cada historia en la que la ciudad ha sido marcada por la violencia, la corrupción, el narcotráfico y hasta los envidiosos hacen parte de esa peste que carcome a esa Medellín que nos muestra este otro espectador entre los habitantes de la ciudad gris.
¨La sardina, ay, por desventura, y ésta es una suprema verdad teológica, sólo vive diecisiete años, tras de lo cual muda: cambia su armadura de magia, su ropaje de ensueño, y se transforma en un ser cotidiano, proyecto del hombre pedestre y bípedo, respetable señor de traje y corbata, trabajo en el banco, honorable señora, saludable barriga, cuatro o cinco o siete mocosos berrietas y un televisor. Es el proceso de metamorfosis de la oruga en mariposa al revés. La mariposa pierde sus alas, baja del cielo, y se arrastra por la prosaica realidad como pegajoso gusano. Pero que no espere quien tiene los oídos sordos, los ojos ciegos, comprender de qué estoy hablando. Le soplará la inmensidad en la cara, le susurrará el enigma, y nada entenderá¨.
(Fernando Vallejo-El fuego Secreto-)
Y hoy si que se han ido perdiendo las sardinas, que ya ni sardinas son, ahora son huevos que se visten de sardinas para que las usen como mujeres. Ahora las niñas lo dan desde los doce, trece años. No nos vamos muy lejos, cerca a la estación del Metro de Prado Centro se pueden ver varias “sardinas” jugando su papel de putitas para “viejitos verdes” o uno que otro solitario en busca de vaginas. Aunque el contexto de sardinas o de gustos sexuales para Vallejo es de otra clase, otro genero, y es aquí en dónde hallamos una Medellín homosexual sin tapujos, una Medellín que se destapa y se muestra al mundo como otra sociedad moderna. La Medellín de Carrasquilla, o la de Fernando González, son otra época, otro momento en el que el hombre era el complemento para la mujer, otra ciudad en donde no podían haber casos extraños de homosexualismo. Fernando es homosexual y lo grita a los cuatro vientos, pero este artista es eso precisamente: una contrariedad de los valores establecidos, es una objeción constante a esta raza construida con el sudor de hombres, machos. Fernando es una piedra en el zapato de los que quieren esconder la realidad con concepciones y argumentos baratos de moralidad.
Aquí Fernando Vallejo se destapa y nos destapa otro lugar de la ciudad, ese lugar en donde cualquier cosa puede pasar. Medellín sigue siendo una ciudad nostálgica esa ciudad de Vallejo, esa ciudad que se esconde tras la mirada triste del abuelo, tras los recuerdos llenos de casos y cosas extrañas. El fuego secreto sigue incendiando muchas partes de la ciudad, sigue iluminando una ciudad nocturna llena de drogas, sexo, sexo, desenfreno y violencia. Este otro escenario recreado de la ciudad puede mostrar que tipo de seres extraños se esconden tras el día, puede dar un indicio que la noche llego o la ciudad despertó…