La Guariconga y yo
-Mito de la cultura oral betaneña- Dicen que los duendes y las brujas no existen, pero de que los hay los hay, y más aún por allá arriba en los potreros de los Marín. Antes de llegar a ese lugar primero te ladran y corretean un montón de perros, luego vas a llegar a unos pastizales donde se mantienen plácidos unos búfalos, en ese sectorcito hay muchas historias de arrieros perdidos ¡embolatados! por algún duende o alguna mujer bonita.
Dicen que los Farallones son misteriosos, cerca de la quebrada La Bramadora, esa quebrada que suena como el bramar de alguna mujer perdida entre el espeso vegetal, allí hay un lugar propicio para hacer magia, pero ¡Shhhhh!. Una de esas historias es precisamente la de la Guariconga, un amuleto que le da a su poseedor todo y más de lo que pida, imagínese que es más potente que la mismísima lámpara de Aladino.
Si quiere escuchar esta historia tome asiento y pídame un cafecito, ¡eso sí, sin azúcar! El café de verdad se toma así ¡a secas! Sin azúcar, o porque cree que los viejos de este pueblo nunca se los lleva la Parca. Esa noche me fui con una olla, candela, machete, me acompañaba también un gato negro que llevaba entre un costal. Conmigo iba el valor que me acompañaba revestido de avaricia y de ganas de tenerlo todo, tener la Guariconga. Mientras subía me fui haciendo el rosario, con calma, contando cada paso, con ganas de devolverme.
¡Mire! Es sencillo, la Guariconga usted la obtiene del hueso extraído de un gato, sí, por eso llevaba un gato negro en mi costal, se me olvidaba, había luna llena e iban siendo como las doce de la noche. Y entonces en mitad de la nada, con la luz de la luna iluminando todas esas montañas que se hacían sombrías, el sonar del rio, las piedras chocando entre sí, paré, miré para todos lados y comencé a hacer la fogata. Luego puse la olla con agua, un maullido incómodo salía del costal, el vapor salió de la olla, ya era hora. Saqué el minino del costal. Aún recuerdo sus ojos mirándome y entonces cerré mis ojos y lo metí en el agua hirviendo. Llorando, y con el rostro y mis brazos totalmente aruñados, tapé la olla macabra. El fuego se mantuvo hasta que se deshizo, luego esperé a que el agua se enfriará y una vez enfrió invoqué al patas, metí mis manos y comencé a palpar carne deshecha y huesos, luego pregunté: ¿es éste?, una voz infernal, gruesa, respondió: ¡no!, y luego no, y no y no y luego ¡sí! y comencé a correr mientras esa entidad infernal, ese monstruo me perseguía, quería recuperar su Guariconga, pero no, ya sería mía, oro, mujeres, dinero, poder, riiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiing… ¡Despierte mijo! que va tarde a coger café, deje de escuchar historias de Guaricongas, duendes y todas esas pendejadas, espabile, mire que lo deja la línea…ah y déjele comida al gato.
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