La muerte me saluda todos los
días, llega con ese silencio que la caracteriza y se sienta en mi cama. Yo preparo
un tinto acanelado para los dos y comenzamos a hablar, ella me cuenta cómo va
su día, me describe cada muerto, cada muerte. Prendemos un cigarro y fumamos
mientras ella ríe, siempre lo hace cuando me fumo un cigarro, yo sé, ella lo
sabe, me estoy matando lentamente.
Algunas veces la noche no llega y yo la espero como un niño, pero sé que está trabajando y aun hay mucha vida por matar.
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