viernes, 16 de diciembre de 2011

Por fuera del cauce


 “La Playa” como se conoce a la calle 52, es una de esas partes de la ciudad que esta disfrazada.  Es una calle en una ciudad llamada Medellín, la capital de los paisas, la capital de Antioquia en Colombia…ahí, en una esquinita de Suramérica.  La Playa, tan concurrida por la gente de esta parte del mundo, tiene doble personalidad: en la parte superior, o en su cabecera, -al oriente- es una zona comercial, cultural y residencial.   La parte de abajo  es conocida como la “Avenida Primera de Mayo”, o calle 53, esta otra parte es la gemela mala, porque acá se congregan chicas candentes con sus bocas en la entrepierna y las manos llenas de billetes, hay también algunos de esos chicos no candentes pero con ganas de apropiarse de cosas ajenas, vidas ajenas.  Allá, en la parte de abajo, hay griles, hombres pudorosos llenos de lascivia en la mente, gente de la contraloría, de EPM y de UNE, litografías, hay, extrañamente, una plaza de las esculturas del maestro Botero, un museo, turistas, fotógrafos, vendedores de Bon Ice, vaya trabalenguas son estas calles.  En todo caso es una calle disfrazada, una ciudad disfrazada.  Esta ciudad hizo lo que hacen pocas ciudades en el mundo, se tragó una quebrada.  ¿Cómo se le podría denominar a una ciudad que se traga un riachuelo?: ¿hidropofaga?, sí, algo así.  Porque la quebrada santa Elena, antes conocida como la quebrada de "Anná", era la ama y señora de ese espacio.  Sobre la quebrada se bañaban los niños durante los siglos XVIII, XIX y principios del XX, las señoras restregaban contra las rocas la ropa que debían lavar, algunos hombres extraían oro de esa quebradita inocente y vulnerable.  Era una Medellín más pequeña, un verdadero lugarcito de ensueños, no es que ahora la ciudad sea otra cosa, pero se ha prostituido y se ha dejado seducir por la vanidad de las nuevas sociedades. 

Pero bueno, la cuestión no es hablar de los cambios que se generan en esta ciudad, ya que eso implicaría contar toda una serie de eventos devastadores en donde la urbe se traga así misma, se traga su propia memoria para defecar nuevas historias, nuevos escenarios, más mierda reciclable y menos alimento para la mente, para la memoria, la nostalgia…la semblanza.   Lo que deseo contarles nace con este hombre que salió una mañana de alguna alcantarilla ubicada en esa calle 52 de la que les hablaba ahora.  El tipo tenía una barba enorme, camisa blanca bastante raída, un pantalón blanco arremangado a la altura de sus piernas y tenia puestas unas alpargatas.  ¿Alpargatas?, ¿un hombre con alpargatas en pleno centro de la ciudad? ¿En pleno siglo XXI? algo raro para una ciudad en donde la gente se viste con las nuevas tendencias de una moda cada vez más estrafalaria, una moda reciclable como todo ahora.  El tipo llevaba un sombrero de paja y un machete, sin embargo el machete estaba bastante oxidado.  El hombre daba la impresión de que hacia mucho tiempo no veía la luz de un nuevo día, ¡es más! no parecía de esta época. 

-¿Saben onde esta la quebraita?- preguntó el hombre y nadie le respondió. 
-Señoooor ¿Sabe de la Santa Elena? La quebraita, ¿sabe onde esta?- Le preguntó a un policía.  El uniformado lo miró y por un momento le dieron ganas de interrogarlo, requisarlo y hasta quiso llevárselo para la estación de policía, pero la lástima no lo dejó.  
-Mire, Santa Elena esta en la parte alta de la montaña, hacia allá- le dijo mientras le señalaba el  costado oriental de la calle, apuntando hacia una montaña llena de casas y casitas.
-buste que cree que yo no soy de acá o que ,no mijooo, pues yo soy de allá de esa montañita….no, no mijo, no porquesque la quebraita pasa por acá.  Nada mas hace un tantico hablé con Adolfina y me arrecosté debajo de ese palitooo….y me quedé dormido en eseee…..-en esa parte el hombre se quedó callado, asombrado, asustado, asustado, muy asustado.
En esas el hombre corrió y corrió y pasó por la clínica Soma donde una ambulancia le aturdió los oídos y un carro casi lo atropella en la “Avenida Oriental” o la “Jorge Eliecer Gaitán” como también se le conoce.  Algunos burlones gritaban : ¡cójanlo, cójanlo!.  Y el hombre corría sin saber como encontrar a Adolfina para contarle que se había quedado dormido y que se había despertado en un manicomio, una ciudad del futuro, una ciudad monstruosa. 
-Adolfina mijaaaaaaaaa-gritaba el pobre humano de otra parte, de otro tiempo.  Nadie le ponía atención, más bien se reían de él. 
Otro loco más- se dijo un señor que lo vio pasar por pleno pasaje de “La Bastilla”. 

Ahí, en el pasaje de La Bastilla, el hombre paró por un instante y el olor a hígado frito, a bofe, a arepa con hogao lo llevó hacia una señora que tenía su puesto de comidas en plena Bastilla. Tenía hambre pero no tenía dinero que en últimas sería como tener más hambre.  Dos borrachos contemplaron al extraño barbado, se le acercaron y le preguntaron de dónde venia.  El pobre hombre estaba verdaderamente asustado, ya casi lo había atropellado un carro en plena Avenida Oriental, ya un montón de esos monstruos mecánicos habían aturdido su oído, ya había visto decenas de mujeres vestidas impúdicamente y ahora este par de hombres totalmente ebrios hablándole.  El hombre retomó su rumbo hacia otra parte, sin saber que estaba dando vueltas en una ciudad que él había conocido y que ahora lo desconocía, lo ignoraba.  La gente le daba miedo, repulsión.  Los hombres se habían multiplicado, las edificaciones eran colosales comparadas con las casas de dos pisos que podían verse en la época en la que vivía… ¿vivía?... ¿alguna vez vivió?.

Pensar que había muerto para sus padres, para su Adolfina, no era bueno. Pensar que ya todos se habían ido no era agradable.  Ya la quebrada no estaba, no había  arboledas, ni grandes pastizales.  Ya las vacas, los caballos, los perros, las alpargatas, los sombreros, las mujeres cubriendo sus pechos, sus piernas, el silencio, la tranquilidad….ya no estaban. Era imposible que estuviese muerto si aun respiraba, pero estaba muerto para su tiempo. ¡Bueno! A fin de cuentas era mejor estar muerto. 

Bajó unas cuadras más y se encontró con un puente largo, infinito, nuevamente colosal, bajo el puente había un río sucio, del color del café con Leche, ese era el río Medellín… ¿El río qué? ¿Medellín?.  No podía ser cierto, si el se bañaba en ese río.

-Adolfinaaaa mijaaaaaa…Dígale a Facundo su apá que yo la pretendía…Adolfinaaaaa, mijaaaaaa!-Comenzó a gritar, a gritar y gritar.  Ya el delirio lo ahogaba, el tiempo corría a mil por hora, corría veloz como esas maquinas veloces que andaban de allí para allá. El silencio se quedó esa noche con el hombre, era la última noche, al día siguiente estaría tieso en algún parque, alguna parte.
La calle 52 y la 53 se habían tragado la quebrada, esa quebrada que existía 95 años atrás.  “Al parecer la ciudad se los esta tragando a todos….”, pensó Adolfina esa tarde en la que desapareció su amado Desiderio González.
                                                                                                 
(Medellín, Marzo-abril de 2.011, dedicada a todos aquellos que no encontraron una salida en su laberinto…) 


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